Hace 50 años pudo Presidir sin Robar
Hace 50 años terminaba el mandato de unos de los Presidentes más honestos que tuvo la Argentina, cabeza política de una edad de Oro. Lamentablemente también es el inicio de de un periodo de decadencia que hasta el día de hoy genera consecuencias.
Arturo Umberto Illia asumió la presidencia el 12 de octubre de 1963 bajo un fuerte contexto de represión militar sobre la política. El peronismo estaba proscripto y era motivo de la guerra civil entre “rojos” y “azules” del ejército. Ante la crisis financiera de 1962 había asumido como ministro de economía Álvaro Alzogaray, pero sus medidas solo agravaron la situación: cayó el PBI y el consumo, se desplomaron en 55% las manufacturas y se dispararon tanto la inflación como el desempleo.
En tan solo tres años el doctor Illia revirtió la situación económica y social del país: la industria creció más de un 30%, la deuda externa bajó en un 24%, el PBI creció a tasas de 10%, y la desocupación real bajó a un 5,2%. La educación y la salud pública fueron los sectores más privilegiados. La ley 16463 y el decreto 3042/65 fue un golpe a la industria especulativa y delictiva de las farmacéuticas. La investigación realizada por una comisión gubernamental demostró que las empresas aplicaban sobreprecios de 100% y sus productos no eran fabricados con las fórmulas declaradas.
Pero don Arturo “no tenía legitimidad política” para algunos sectores peronistas que irónicamente se veían beneficiados por las medidas aperturistas del nuevo Estatuto de Partidos Políticos. El sector empresarial se había reactivado junto al consumo, pero no confiaban ni querían las medidas económicas intervencionista en los precios y proteccionista con las empresas públicas. Algunos periodistas como Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Jacobo Timerman abusaron de la libertad de expresión para resaltar la supuesta lentitud del Presidente. Pero como años más tarde el humorista Tato Bores: “el problema no era Don Illia era lento, el problema es que quienes vinieron después fueron muy rápidos”.
Para ciertos sectores de la izquierda extrema, algunos promotores de la guerrilla, Illia era funcional a los intereses capitalistas y los logros sociales fueron solo para calmar a la clase proletaria. Para algunos empresarios, especuladores financieros y militares, Illia era un socialista intervencionista que no hacía nada contra la amenaza comunista. Para varios peronistas simplemente era un político sin legitimidad, y principalmente no era su líder “Perón”. Peor aun, para muchos otros Don Arturo era la prueba viviente de que se podía hacer política honesta sin robar.
El golpe de estado de 1966 encabezado por el General Julio Alzogaray, hermano de Álvaro, inició la paulatina destrucción del Estado Argentino. La democracia indirecta que regía en su momento se remplazó por el voto de tres comandantes de las Fuerzas Armadas. Los planes educativos se transformaron en redadas y cierre de universidades que ocasionaron una nueva fuga de cerebros. Las relaciones internacionales y las crisis políticas internas se recrudecieron. Las empresas públicas bajaron su rentabilidad y entraron en el circuito de eternos endeudamientos. Durante las décadas siguientes su imagen y sus quiebras fueron parte central para las bicicletas financieras de los años 70 y las privatizaciones de los 90.
En uno de sus discursos sobre la industria nacional Arturo Illia hizo un llamado para confiar en las capacidades del país: “Muchas veces esta falta de fé en la república, esta subestimación la hacen los propios argentinos de su país. Este pensamiento de que lo que viene de afuera será mejor de lo que podemos hacer los hombres de aquí mismo, va formando una conciencia de derrota”.
Pasaron 50 años de que el Doctor Illia fue obligado a dejar la Presidencia. No fue derrocado por ser corrupto, incompetente o por llevar a una crisis al país. Por el contrario, los políticos y militares que sí hicieron eso se mantienen/mantuvieron impunes. Mientras tanto como pueblo a veces olvidamos lo que podemos lograr, lo que merecemos y que para hacer el bien no es necesario robar.
Por Sosa Damian
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