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Por un 2 de Abril

Visita La Plata | 12:43:00 | 0 comentarios


 Un día te despiertas como si fuera cualquier otro, con políticos que mete la mano en la lata como quien saca una galletita. En la televisión muestran la traumática farándula. Jamás se te ocurre que en pocas horas estarás en un rincón rogando para que las aguas cloacales que destruyen tu casa no se lleve también a algún ser querido.

Cuando uno mira por televisión una inundación puede apenarse, tener empatía por los afectados y desprecio por los responsables. Eso ocurrió en La Plata cuando todos los noticieros hablaban de Capital Federal. Imágenes aterradoras y acusaciones feroces. Pero a las pocas horas el mismo temporal alcanzó a los platenses sin previo. Paradójicamente el radar meteorológico que se usa para los alertas de lluvia había quedado fuera de funcionamiento porque llovía mucho.
Primero miras el agua caer, y puteas si se está en la calle sin un paraguas. Pero luego en las canciones de viejas en cuevas los pajaritos dejan de cantar. Nacen miradas fijas sobre el agua que avanza contra las puertas. Buscas escobas y secadores para sacar las primeras gotas que ingresan.
Corres hacia una puerta, controlas las ventanas; todos en el barrio están en un mismo barco que se hunde. La lluvia se escurre por todos lados, como los políticos corruptos. Improvisas diques con bolsas de arena y tierra, incluso con frazadas. Intentas salvar la casa que alcanzaste y llenaste con esfuerzo, cariño y recuerdos ¿Qué levantar primero? ¿El televisor, la heladera, las fotos?
Sin darte cuenta estás aislado, desconectado. El mundo exterior se resume en radios a pilas, pero muchas pierden la transmisión dejando la solitaria estática.

Cuando el agua sube hasta entrar por el inodoro te das cuenta que no podes hacer nada, salvo esperar y confiar. La vida se transforma en una anécdota tragicómica junto a los vecinos: “acá ando, pidiendo agua”, “voy a buscar el submarino y vuelvo”.
Podes dar una vuelta con el agua a la rodilla, como turista en la playa. Pero ante todo ese líquido opaco, oscuro y oloroso, debes repetir que solo es “Agua con Barro”. Te obligas a repetirlo, creerlo y soportarlo.

La lluvia no para y cae la noche. Te encierras sin saber que pasará. Otra vez acomodas las cosas, pero esta vez buscando donde subir. El humor desaparece, como con las fiestas de los políticos que se transformaron en las tragedias de AMIA, Cromañon y Once.
Tranquilizas las mascotas y a los chicos para que no escuchen lo que ocurre afuera e ignoren lo poco que se ve adentro, entre la oscuridad y las velas. En silencio recordas a los vecinos que viste, los amigos y los parientes. Pero el agua sube más rápido y los primeros síntomas en la salud se sienten. Perdés la sensibilidad en la piel, la articulación cuesta, duelen los huesos, tiemblas, alguien llora y otro parece mudo.
En algún lado alguien grita por ayuda, y otro se calla para siempre. Un escalofrío recorre todo el cuerpo, por los dedos, la columna, el cuello, y luego, luego ya es mejor no pensar en nada.
No se escuchan helicópteros ni lanchas. A cuenta gotas, algunos vieron ambulancias y bomberos. Pero muchos vecinos sacaron sus camionetas y botes para rescatar gente, algunos conocidos y otros desconocidos; pues ante todo eran Vecinos.
Algunos pierden sus casas enteras y se autoevacuan. Otros quedan encerrados en sus hogares con un metro o más de agua, escuchando pasar a los refugiados y pensando: “pobre gente, por lo menos a mí no me entró tanta” o “pobre gente, ¿qué puedo hacer para ayudarlos”. Aunque en el fondo parte de todas las ideas que se cruzan es para evitar pensar los lados más trágicos del momento.
La calle es un desastre, un río que arrastra basura, memorias y vidas enteras. La madera cruje, un estante se cae, una puerta pasa flotando. Cada tanto las voces del exterior desesperan en gritos: “No puedo”, “No se puede”, “Agarrate de la reja”, “Me caigo”, “Quiero volverme”.
Recordas otra vez a los amigos, los parientes y vecinos ¿Estarán bien? ¿Cuánta agua tendrán? Pero  es mejor no pensar y decir tonterías: “Llama al recolector de residuos especiales”, “Prende el tele”, “¿Esto vale por un baño?”. Pues solo podes esperar, esperar y rogar poder ver a todos bien el día de mañana.

Se te cruza la vida, las personas. Sabes que se pierden cosas. Pero lo importante son vidas y seres queridos. Aunque en el fondo no podes dejar de lamentar las víctimas que aún ni siquiera conoces y ya sentís retumbar. Pero ante todo está prohibido perder las fuerzas y las esperanzas. Duele, desgarra y aterra; pero el agua baja, siempre baja. Y el futuro depende de aprender y no repetir la experiencia.

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